Día 12. Crónica oficial. , España Rumbo al Sur día a día 2017
Los expedicionarios abrieron los ojos como platos cuando el
hechicero desplegó una piel de serpiente de casi dos metros ante ellas. “¿Y
esto qué es?”, preguntó un miembro de la expedición sobre un hueso extraño, de
animal, posado sobre la alfombra. “Es un hueso de avestruz…”. ¿De avestruz?
“Sí, es un remedio para el reumatismo; hay que rayarlo y tomarlo hervido”,
respondió el hechicero. La pintoresca escena ocurrió en el alargado zoco de
Merzouga, donde hoy los expedicionarios tuvieron la sensación de que podían
encontrar de todo y a un precio nunca visto (en España).
Fue un momento de contacto con las gentes locales y de
comprar algún regalo a la familia. Los adolescentes se desperdigaron por la
calle principal, olieron las numerosas especies de los puestos (comino,
cúrcuma, jengibre…), apiladas como si fueran una duna, miraron pendientes y
collares hechos a mano, probaron zumos de mango, naranja, o pistacho cuyo puro
sabor difícilmente podríamos probar en España y sobre todo aprendieron el hábil
arte del regateo.
“Estas niñas saben mucho; ya me dan el precio de las cosas”,
protestaba un vendedor de platería ante la férrea oferta de dos
expedicionarias. Más allá, otros aventureros se sorprendían al oler una suerte
de jabón que en verdad producía de forma natural el mismo efecto que el Vicks
Vaporups, como se afanaba en pregonar el vendedor. En otro puesto, sorprendía
la cantidad distinta de dátiles que podía haber, mientras calle arriba un
puesto de algo parecido a crepes con nocilla se estaba hinchando los bolsillos
a vendérselos a los chavales a un precio irrisorio: 5 dirhams (50 céntimos).
Ajeno al bullicio y al timo, porque no decirlo, que se
produce ciudades turísticas como Fez o Marrakech, en el zoco de Merzouga, donde
la mayoría era gente local menos nosotros,
se cobraban los precios que se cobran a los marroquíes, lo que lo
convierte en más real, en más auténtico. Mientras recorrían el mercado, empezó
a resonar por los altavoces de una mezquita el “Ala Ahkbar” (Alá es grande), lo
que sorprendió a algunos de los expedicionarios, ya que todas las noches
dormimos fuera de loas ciudades donde sí es habitual escuchar las cinco
llamadas a la oración . “¿Y qué es eso?”, llegó a preguntar alguna.

El día acabó con una experiencia realmente africana, una
visita a la fiesta de un poblado Gnagua, Elkhamlia, de una etnia marroquí cuyos
descendientes provenían de los antiguos esclavos que vinieron de Tombuctú. De
raza negra, vestidos con túnicas y turbante blanco, sus cánticos acompañados de
los tambores y una suerte de castañuelas (‘ticarchasi’) metálicas, inspiradas
en los grilletes que tenían los esclavos y con lo que se cree que hacían
percusión en los momentos más duros de su cautiverio, embriagaron a la
expedición.
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JL CUESTA |
Esta música, que podía tocarse durante días, puede, según
esta etnia, provocar a quien la toca y la escucha entrar en trance al acompasarse
el latido del corazón con el golpeo de los tambores. Pasada la una de la
mañana, el grupo emprendió otra vez camino al desierto para vivir su última
noche aquí. Incluso la luna se iluminó casi llena para guiar sus pasos.
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